Boliviano en la Villa 31 de Buenos Aires: Guido Fuente, confeccionista de seda y lodo

Por Marco Basualdo/Página Siete.- En la villa, pocos se enteraron de su muerte. Sólo unos perros vagabundos que merodean su casa son la única manifestación de cortejo en aquel conglomerado de edificaciones levantadas a base de cartón, madera, hierro y cemento que es la Villa 31 de la zona de Retiro en Buenos Aires, la “puerta de entrada” a la muy europea capital argentina para los migrantes con sueños de un mejor destino.

Guido Fuentes era uno de ellos. Pero pocos lo recuerdan, como si un hueco en esa gran mancha urbana con olores nauseabundos se lo hubiera tragado sin dejar rastro de su presencia. 

— ¿Sabes dónde velan a Guido, el diseñador?

— No lo conozco.

La temperatura sobrepasa los 35 y el despachador de bebidas frías no sabe de quién se trata. No sospecha que su vecino fue  modisto, coguionista, anticuchero, peluquero, actor, barrendero, promotor artístico. Un confeccionista de sueños, como suelen coincidir en calificarlo quienes se animaron a hurgar en los laberintos de su intrincada vida. 

Sucede que Guido no tuvo una niñez dichosa, les dijo una y otra vez a quienes le acercaban el micrófono o las cámaras en esa su efímera fama, como una excentricidad que a veces escupe la sociedad. “Nací en Tarija en 1974, mis padres eran muy pobres y me vi en la necesidad de vender cigarrillos y dulces en la calle cuando era niño”. Esa dura rutina fue salvada por la solidaridad de una acomodada familia que lo adoptó, rescatándolo de la inclemencia callejera, del fango. Y si bien fueron su tabla de salvación, ello significó una crisis de identidad en su pertenencia a dos ramas muy distintas. 


Entonces, una vez concluido el colegio, quizá en la búsqueda de sí, inició una serie de viajes por ciudades del país, itinerario que continuaría por Chile y Brasil, y fue a principios de los 90 cuando decidió marchar hacia Argentina, donde vivía su hermano Julio. Así, a sus 20, iba a ser uno más entre los dos millones de sacrificados bolivianos de origen o ascendencia que viven en la vecina república, según el último Censo Nacional de Población (2010).

En Buenos Aires se vio obligado a trabajar donde lo aceptaran para sobrevivir. Empezó como peluquero, oficio que aprendió en Cochabamba en los días en que su familia rica administraba la casa de moda La Maison y también fue empleado de limpieza de la terminal de buses de Retiro. Fueron tiempos difíciles y la inestabilidad económica lo llevó a compartir el techo con su hermano en una casucha de madera en la afamada, y no por cándida, Villa 31, donde se las ingenió para instalar su puesto de anticuchos dirigido a clientes bolivianos, peruanos y algún que otro argentino animado a probar el manjar andino.

Pero la ganancia tampoco era la que esperaba y cuando se enteró que necesitaban gente en un taller textil fue hacia allí. Entonces empezó como ayudante de cortador y le fue tan bien con el oficio –para el cual tenía una aptitud innata– que apostó por la independencia, animándose a comprar máquinas, a coser, y por último a contratar gente para cumplir con los pedidos de ropa.


El negocio fue un éxito, tanto así que su mercadería comenzó a ser ofrecida en un puesto de la naciente feria La Salada, en el conurbano bonaerense –que hoy mueve millones de dólares– hasta que una enfermedad, que se tradujo en una época de profunda depresión, lo decidió a vender todo y retornar a Bolivia a mediados del año 2000 para pasar una temporada con sus seres cercanos.

Pero no iba a aguantar demasiado. Tras un año viviendo en Cochabamba, alistó nuevamente maletas de retorno hacia el sur. Inquieto, ansioso, en su estadía boliviana había imaginado la creación de una escuela de modelos en su arrabal de barro y miseria, una locura desde donde se la vea en una megalópolis que le rinde culto al estereotipo blanco/occidental, lo que no iba de la mano al contemplar su marginado vecindario de inmigrantes que amenazan con “marronizar” Argentina, como alguna vez lo expuso su tocayo el excanciller Guido di Tella. El bolita, como le dicen a los que provienen del “gran país del norte” ya lo tenía en mente. Debía intentarlo.

Como lo había pensado en sus atardeceres vallunos, la casa de su hermano sería la sede de la academia, donde funcionaría el taller de confección, la sala de maquillaje y el vestidor. En un principio la respuesta no fue la esperada; Guido tuvo una sola alumna en dos semanas. Los días pasaban y cuando pensó que fracasaría otra vez en el intento, empezaron a tocar el timbre de su casa-taller-instituto preguntando por los cursos.  

A mediados de 2009 ya eran seis chicas con las que empezó una intensa actividad. Con ellas puso en práctica aquellos movimientos que miraba por la TV cable pirateada; les enseñó a caminar, a pararse, a darse vuelta como profesionales guiado tan sólo por su intuición. Y también se propuso dar vida a sus creaciones recurriendo a la ropa usada de la feria americana de la villa, un talento que nunca había explotado. La curiosidad convocó a más muchachas llegando a sumar, entre argentinas, bolivianas, paraguayas y peruanas, a 35 adolescentes que ensayaban sus pasarelas con la típica cumbia villera del barrio como fondo.


Fue durante la celebración del Día del Niño, 9 de agosto de 2009, cuando su propuesta empezó a tomar más forma. El escenario armado para los payasitos que animarían un acto quedaba delante de algunas casas típicas de la villa y los edificios de la acaudalada avenida Libertador, en un contraste por demás manifiesto de una sociedad que beneficia a unos y castiga a otros. Guido también pensaba que era ideal ver aquellas luces, aunque de fondo, pero luces hacia un mejor porvenir al fin.

Tras algunos trámites ante el gobierno de la ciudad que dotó de la tarima para la pasarela villera, el evento quedó programado para el sábado 5 de diciembre y, por esas cosas del destino incierto de Guido, uno de los volantes repartidos entre la gente fue a parar a manos de un periodista, Lucas Morando, quien publicó la nota en el diario Perfil, semana previa al desfile, desatando la curiosidad entre sus colegas que se dieron cita en fecha y lugar.

Pese a la jornada lluviosa, el espectáculo se realizó entre aplausos de vecinos y un puñado de reporteros que registró el asunto. Una vez difundido aquel material, sorprendentemente, Guido y sus chicas empezaron a formar parte de la apretada agenda de medios impresos y televisivos bonaerenses. “Los de la villa son estigmatizados y sería bueno que se termine la discriminación. Que todos vean que somos trabajadores, con sueños como cualquier persona”, fueron algunas de las primeras declaraciones del diseñador boliviano.

Entonces nació “Guido Models”, bautizada así por los propios periodistas que también comenzaron a llamar al modesto creador “el Pancho Dotto de la 31”, en alusión a un famoso diseñador argentino. A su casa llegaron la CNN en español, la BBC inglesa, la red O Globo de Brasil y El Mundo de España.

Y también los cineastas que empezaron a disputarse la oportunidad de filmar su vida, siendo finalmente la productora Stigliani Mouriño Cine, que a inicios de 2014 empezó con las primeras tomas de la vida de Guido en Buenos Aires, Cochabamba y Santa Cruz, la encargada de llevar su quimera al cine en un documental estrenado en la Competencia Argentina del Bafici 2015 y que ya se ha anotado algunos premios.


El sueño imposible se estaba cumpliendo. A ello, sumarle el mensaje de feis de Paolo Galimberti, colaborador de la firma italiana Dolce & Gabbana, para que dos de sus modelos formen parte de un desfile en Milán en julio de 2016, fue simplemente ver el cielo de cerca. “Todavía no lo puedo creer.

Éste es el resultado de mucho esfuerzo”, le dijo a Clarín en medio de un llanto inconsolable. Guido, el de la villa, caminando por las escalinatas de las celebridades. Obvio que jamás lo había siquiera imaginado. 

Había gran expectativa en el ambiente pero algo salió mal en el camino y sus chicas no pudieron participar en el magnánimo evento, en una situación finalmente polémica pues representantes latinos de aquella firma negaron haber realizado la invitación. “Creo que hice mal en comentarlo y hacerlo público, no sabía que debían respetarse ciertas reglas”, lamentaría tiempo después aunque nunca resignado a caer en el lodo que lo rodeaba. De hecho continuó con sus estudios de actuación, fotografía y producción cinematográfica. Era su rutina hasta que la mañana del 7 de febrero reciente, un grupo de policías irrumpió en su hogar alarmado por algunos vecinos. Guido yacía muerto, al parecer por causas naturales, sin nadie que reclame por sus restos más que algunas de las chicas modelos que lloraron la partida de su mentor. El sueño había terminado.

— ¿Me das otra, por favor?

— Ah, es usted. Hace un rato vino un señor preguntando si lo iban a velar a ese tal Guido. Fue a preguntar a la capilla, dice el vendedor del quiosquito con reja de por medio.

El verano bonaerense es un infierno. El calor, la humedad, obligan a la hidratación constante y a la búsqueda de una sombra protectora. Como hace un par de alcohólicos que se arriman a la puerta de la casa abandonada del “Pancho Dotto de la 31”. Ellos tampoco se enteraron de la muerte de Guido.

Fotografías: Marco Basualdo y Guido Models

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