El 85% de las hortalizas que se consume en Corrientes, es producido por los bolivianos

Por Dora Alcaje, Diario LA EPOCA de CORRIENTES.- Con una mano atrás y otra adelante. Un atadito de ropa, bastante incertidumbre y un manojo de sueños por cumplir. A veces frío. Muchas también hambre. Así como abuelos y bisabuelos italianos, españoles, franceses, rusos, ucranianos o turcos llegaron a suelo argentino con la decisión de arraigarse y prosperar. Ellos son paraguayos, peruanos o bolivianos, quienes protagonizan desde 1980 el fenómeno inmigratorio más grande que tiene el país en toda su historia.
Los inmigrantes que llegaron en barcos desde principios de 1900 aportaron, con su herencia europea y asiática, una nutrida riqueza cultural y un fuerte impacto a la identidad nacional. El tango, el lunfardo, las pastas de los domingos y gran parte de las costumbres de las familias argentinas actuales tienen raíces en ese fenómeno inmigratorio. Sin embargo, poca gente se pregunta de dónde viene el alimento que consume o la ropa que viste cada día.
No es algo sobre lo cual se esté propenso a reflexionar.

ESTIMAN QUE EL 80 POR CIENTO DE LAS VERDURAS Y HORTALIZAS EN EL MERCADO CENTRAL PROVIENEN DE LAS QUINTAS DE INMIGRANTES BOLIVIANOS.

ESTIMAN QUE EL 80 POR CIENTO DE LAS VERDURAS Y HORTALIZAS EN EL MERCADO CENTRAL PROVIENEN DE LAS QUINTAS DE INMIGRANTES BOLIVIANOS.

Cada quien lava su lechuga, hoja por hoja; y frota bajo la canilla los tomates antes de cortarlos. Si hay tiempo, puede caer dentro de la ensaladera alguna zanahoria rallada. Sin considerar que la horticultura constituye la principal ocupación de los inmigrantes latinoamericanos y, en el caso de Corrientes, son quienes abastecen con sus productos a gran parte del mercado local y nacional.
Desde una de las provincias productoras de hortalizas del país, detrás de la tarea de labrar el campo y cultivar tomates, pimientos, acelgas y cebollitas que consumen cada día miles de hogares, están el esfuerzo y el trabajo de inmigrantes que aún libran cada día batallas contra la discriminación, por la integración y por progresar en un suelo que los acogió con sus sueños de salir de la pobreza y la miseria.
Con la implementación de una nueva ley de inmigrantes, que busca profundizar los controles de los antecedentes penales de quienes ingresan al país, se desató una ola de debate que puso en el centro de mira a quienes provienen de los países limítrofes.DESTA29
Pero, a la par del objetivo de reforzar la seguridad nacional contra el narcotráfico y la trata de personas, la discriminación latente en parte de la sociedad encontró un marco abonado para alimentarse. Y los términos “bolita”, “paragua” y otros peyorativos surgieron asociados en conversaciones cotidianas de parte de quienes no conocen ni en lo superficial la trama de la segunda comunidad inmigrante más numerosa del país. Porque casi siempre la discriminación está nutrida de ignorancia.
“Claro que existen casos de trata de personas o de explotación laboral. Pero es mucho menor que hace algunos años. La gran mayoría de los ‘paisanos’ es gente trabajadora, laboriosa, que busca progresar. Que manda a sus hijos a la escuela y que se ocupa de sus cultivos sin otra ayuda que la de sus manos. Desde la madrugada hasta el mediodía. Y desde la tardecita hasta que ya no quede luz”, aseguró en diálogo con época Daniel Baldiviezo, referente de la comunidad boliviana en Corrientes.
Baldiviezo, referente del Centro de Residentes de Bolivia en Corrientes, expuso su historia y la de su familia. Entre tendaleros destruidos y largas filas de lechugas recién plantadas, ofreció en un relato que perfila las vivencias compartidas por miles de compatriotas.
El hombre de unos 35 años arribó al país en 1997. Él mismo es un caso testigo de las dificultades por las que atraviesan los inmigrantes al comenzar. Convocado por personas conocidas tras la muerte de su madre en su pueblo (Tarija), con sólo 12 años llegó a Rosario. Y desde entonces vivió por temporadas en Santa Fe, Buenos Aires, distintas ciudades de Córdoba, Salta y La Plata.
Durante más de 10 años se estableció en Santa Lucía, donde se concentra la mayor cantidad de residentes de Bolivia en suelo correntino, dedicados casi exclusivamente a la horticultura. Hasta que conoció en cultivos de Bella Vista a quien sería luego su mujer, Yovana.
“Se suponía que yo vendría a cuidar a otros niños más chicos de la familia y conocidos. Pero al poco de llegar, siendo muy pibe ya me tuve que poner a trabajar”, recuerda.

ANTES DEL AMANECER COMIENZA LA LABOR. SEMBRAR, COSECHAR Y COMERCIALIZAR.

ANTES DEL AMANECER COMIENZA LA LABOR. SEMBRAR, COSECHAR Y COMERCIALIZAR.

En comparación con lo que vivió hace 20 años, Daniel asegura que “ahora es mucho más sencillo tramitar documentación y la explotación laboral es menor”.
Tras los operativos de documentación que se implementaron en 2014 y 2015, organismos como RENATRE y la Dirección de Migraciones se proponen convocar al cónsul boliviano en Rosario, Sixto Cueto Valdez, para organizar nuevas recorridas. Buscan así registrar a lo que estiman ronda el 10% de la población de esa colectividad que aún no tiene documentos de nuestro país. Y además, ofrecer las garantías de seguridad social ante el riesgo de flagelos que esconde el empleo no registrado, como la explotación infantil o la trata de personas.

EN SANTA LUCÍA LOS HONORES A LA VIRGEN DE CHAGUAYA REÚNEN A 10 MIL PERSONAS.

EN SANTA LUCÍA LOS HONORES A LA VIRGEN DE CHAGUAYA REÚNEN A 10 MIL PERSONAS.

En algunos casos, llevan más de cuatro décadas en la región. Y además de la gratitud por las oportunidades para asentarse, todavía sienten que queda mucho por hacer en materia de integración.

En familia
A unas pocas cuadras del acceso al Barrio Esperanza, en un terreno que arrendaron y por el cual debieron enfrentar dificultades en varias oportunidades, se encuentran las “quintas” de Baldiviezo y su familia. Al traspasar una tranquera, con más de la mitad de las estructuras volcadas por la última tormenta, todavía quedan algunas carpas que albergan pequeñas plantas de cebollitas, acelgas, lechugas, rúcula, rabanitos y zanahorias. “Ese temporal, que también destruyó las estructuras de productores en Lavalle y Santa Lucía, nos afectó en un 75 por ciento a nosotros”, evaluó Daniel.
En el terreno surcado de palos y plásticos caídos, rotos y apenas prendidos, trabajan Daniel con su mujer, varios de sus hermanos, también sus suegros y sus cuñados con sus familias. Cada uno tiene entre 5 y 20 invernaderos. Pero casi todos están destruidos. “Nos ayudamos entre nosotros. No tenemos personal, aunque hay otros que sí los tienen. En nuestro caso, estamos reciclando la madera y el plástico que podemos reutilizar. Y priorizamos los arreglos sobre los invernaderos que ya tenían plantaciones”, explicó.
Entre cansancio y desolación después del desastre, no hay mucho tiempo para lamentarse. “Aunque tiene más riesgo y hay que empezar de nuevo, es una gran ventaja ser tu propio jefe”, asegura.
Cada día la labor comienza antes del amanecer para llegar a tiempo con las verduras frescas al mercado de concentración. Según estimó Daniel, el 85% de las hortalizas que abastecen al mercado central de Corrientes provienen de las quintas de los suyos y sus “paisanos”. “Aunque muy de a poco, la comunidad nos va aprendiendo a valorar. Pero hasta ahora, nunca tuvimos apoyo para producir como tienen otros sectores en la provincia”, lamentó.

De la esclavitud al
autoempleo
“El trabajo no es un problema. Nunca lo fue. Venimos sabiendo y conociendo la agricultura. Nos gusta la tierra y lo que nos ofrece. Lo difícil realmente es capitalizarse”, opina Vidal Ortega. El hombre de unos 60 años es el suegro de Daniel.
En su caso, arribaron a suelo argentino después de una riada que arrasó con los viñedos en los que trabajaba en Tarija. Las lluvias acumularon agua en los cauces de ríos pequeños, que al desbordarse provocaron pérdidas irreparables. “La empresa que nos compraba la uva para hacer vinos quebró y nos quedamos sin nada”, recuerda. “El trabajo es el mismo, cultivar la tierra. Nos acostumbramos al clima. Pero los costos tan altos nos dificultan mucho”, explica.
Vidal habla suave pero certero. “Tuve un solo patrón durante 10 años”, relata. Durante ese tiempo se dedicó a la agricultura en Bella Vista. Su beneficio era el 20% de las ganancias de los productos que el propietario vendiera.EPC190217-030F08
“Era poco, pero sólo así y ahorrando peso a peso pudimos ir avanzando”, asegura.
“Muchos sin saber nos critican porque tenemos vehículos. Pero es el único modo que tenemos de ahorrar”, explicó Daniel. Sin subsidios ni préstamos, Daniel y su familia extendida se proponen ahora intentar recuperar las pérdidas causadas por contingencias climáticas. “Un solo plástico cuesta cerca de 3 mil pesos. Sería muy bueno contar con más respaldo para que crecer sea algo posible”, anhela. Mientras tanto, su suegra en el fondo y al resguardo del sol del mediodía atiende con mimo a los platines de tomate que están próximos a ser trasplantados. Y ordena los almácigos con pequeñas hojitas recién brotadas. ¿Qué esperan del futuro? “Un taller de oficios para la gente mayor. Muchos son analfabetos. Y la agricultura es muy exigente. ¿Qué van hacer sin trabajar? Sería bueno un taller de costura y uno de carpintería para la tercera edad”, detalla Daniel. “Que los niños sigan estudiando y poder crecer para tener casas dignas”, enumera.
Extrañan sus tierras y allí dejaron a sus mayores. Pero a la par “cada vez estamos más integrados y aceptados por la sociedad.
El Festival de la Virgen de Chaguaya en Santa Lucía reúne a unas 10 mil personas cada año”, graficó. Son muchos los que a pesar de la añoranza ya sienten estas tierras que cuidan y cultivan cada día como su propio hogar.
Según el censo de 2010, con 350 mil personas constituyen el 19% de los extranjeros en el país. Sólo en la Capital correntina se registran unas 150 familias.

VER LA PUBLICACION ORIGINAL AQUI: http://diarioepoca.com/690223/tenemos-una-cultura-del-trabajo-y-mucho-que-aportar-a-la-sociedad/

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