Prejuicios, mentiras y desinformación sobre inmigrantes en la Argentina

Por Jorge Salum, DIARIO LA CAPITAL, Rosario.- Uno de los máximos desafíos de las políticas en materia de población y migraciones en los próximos años será repatriar al casi millón de argentinos que viven fuera del país, o al menos a un porcentaje de ellos. El otro no es menos complejo, y tal vez es el que más preocupa a las autoridades de la Dirección Nacional de Migraciones y a los expertos argentinos en la materia: darles batalla a los prejuicios de muchos habitantes del país contra los inmigrantes que llegan a vivir aquí. Esos prejuicios son fogoneados en muchos casos por los medios masivos de comunicación y ahora también por las redes sociales. En ambos casos, afirman los especialistas, se dicen muchas cosas de los inmigrantes sin un análisis crítico previo y sobre todo sin comprobación empírica sobre su contenido.

El objetivo de la repatriación de argentinos y la idea de darle batalla a los prejuicios contra los extranjeros que llegan al país fueron dos de los temas centrales de un reciente taller sobre Migraciones y Medios de Comunicación organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y el Instituto de Políticas de Migraciones y Asilo. Allí, un grupo de especialistas mostró con estadísticas comprobadas cómo a veces se dan por ciertos algunos escrúpulos sobre los inmigrantes que no tienen un correlato con lo que pasa en la realidad, y a la vez enseñaron cuál es la mejor herramienta para desarmar esos prejuicios: la información, el dato preciso, el análisis certero.

Dirigidos y coordinados por Lelio Mármora, un doctor en sociología que fue director nacional de Migraciones y es uno de los especialistas en la materia más reconocidos en el país, los expertos mostraron una investigación que iniciaron en 2013 y cuyos resultados ayudan a destruir ciertos mitos y supuestas verdades sobre los inmigrantes en el país. También invitaron a reflexionar sobre los peligros que implica repetirlos, entre ellos la xenofobia y el racismo.

El caso de los bolivianos

Un ejemplo puntual de prejuicio contra los inmigrantes, acaso de los más difundidos entre nosotros, es que los extranjeros que llegan al país, sobre todo desde los países limítrofes, «ocupan» fuentes de trabajo y desocupan así a los argentinos.

El investigador del Conicet Roberto Benencia, un sociólogo que observa la inmigración boliviana en Argentina desde hace más de una década, cuenta que los ciudadanos bolivianos realizan aquí tareas de las que los propios argentinos no quieren hacerse cargo, como la horticultura y la fabricación de ladrillos. También revela cómo su cultura del ahorro, que adquieren mediante ritos ancestrales y transmiten de generación en generación, les permite con el tiempo comprar pequeñas huertas y hacerse propietarios. O, lo que es lo mismo, ascender en la escala social gracias a su esfuerzo, su trabajo y su capacidad de ahorro, «algo que los argentinos no tenemos incorporado en nuestra cultura y que no transmitimos a nuestros hijos».

Benencia incluso es categórico cuando afirma que los argentinos no comeríamos la verdura que comemos «si no fuera por los bolivianos», y recalca que sólo ellos aceptan hacer una tarea que los obliga a trabajar con temperaturas extremas, bajo el sol y agachados, por una ganancia muchas veces mínima. «Culturalmente, a los argentinos no nos interesa hacer ese esfuerzo», afirmó. Y añadió: «Por eso no es justo afirmar que los bolivianos vienen a quedarse con nuestras fuentes de trabajo».

Falsos mitos

Prejuicios similares involucran a la enseñanza y la atención de la salud. En efecto, existe entre muchos argentinos la convicción de que los extranjeros que vienen al país ocupan bancos en las escuelas y servicios en los hospitales al punto de disminuir las posibilidades de acceso a esos derechos de los propios connacionales. Pero eso es falso, ya que la cantidad de chicos extranjeros en las escuelas primarias y secundarias argentinas no llega al dos por ciento y la utilización de los servicios de salud pública también es muy baja. Además, impedirles a los inmigrantes que se eduquen o atiendan su salud en el país implicaría una violación de sus derechos humanos y a muchos de los acuerdos multilaterales firmados por el Estado argentino.

En Argentina hay dos millones de inmigrantes, la inmensa mayoría de ellos provenientes de los países limítrofes y de Perú. En los últimos tiempos también se verifica mayor presencia de migrantes colombianos, en su gran mayoría estudiantes universitarios. Pero a ese fenómeno se contrapone otro, que son los argentinos que viven en el exterior: son un millón, tantos como las personas que residen en Rosario y muchos de los cuales se estima que nunca regresarán a vivir al país. Entre ellos con toda seguridad hay que incluir a familiares, amigos o conocidos de muchos de los que aquí despliegan sus prejuicios contra la presencia en nuestro territorio de inmigrantes extranjeros.

Ese es, precisamente, uno de los peligros de los juicios previos: a veces podemos decir o acusar a otros de algo que jamás aceptaríamos que dijeran de gente allegada a nosotros.

El fenómeno de la migración es universal, es histórico y es inevitable. Existe desde siempre y continuará existiendo. Para bien o para mal, Argentina no sería lo que es si no fuera por la inmigración. En su historia se registran diversas oleadas de extranjeros que llegaron al país, muchos de ellos nuestros abuelos o incluso padres. Desde 2003 rige en el país una ley propuesta por el rosarino Rubén Giustiniani cuando era senador de la Nación y aprobada por unanimidad en el Congreso que, según los expertos, es un ejemplo de respeto por los derechos humanos y está inspirando una oleada de normas parecidas en Sudamérica.

Pocos y concentrados en ciudades

Como sostienen los especialistas en la materia, tenemos un país con poca gente concentrada en muchas ciudades, y esa será siempre una invitación a los extranjeros para venir a radicarse aquí. Pero también puede ser una oportunidad, y así deberían entenderlo los propios argentinos. Sobre todo en momentos en que el mundo se debate frente a la crisis humanitaria de Siria, donde una guerra civil fabrica refugiados todos los días, y en que el país más poderoso de la tierra se apresta a ser gobernado desde enero por un presidente que no oculta su desprecio por los extranjeros y su deseo de expulsarlos.

«Lo que debemos hacer entre todos es trabajar en el desarme de los prejuicios y las dificultades que se generan en la convivencia entre los grupos sociales», afirma Jorge Guerrieri, otro experto en la materia y autor de varias investigaciones sobre el tema. Y agrega: «Sobre todo entre los nacionales y los extranjeros».

Mármora añade: «En cualquier proyecto que Argentina se plantee como Nación, las futuras inmigraciones seguirán ocupando un lugar prioritario tanto en términos de aprovechamiento de una mano de obra escasa como de ocupación de su extenso territorio, y de aportes culturales que la enriquezcan, y donde la diversidad de los orígenes siga constituyendo la base de su propia construcción identitaria». O, como resume el investigador Roberto Aruj, que hagan esta «síntesis» que somos los argentinos de todos los inmigrantes que llegaron a nuestro territorio.

Hace algunas semanas Miguel Angel Pichetto expresó en una frase algo así como una síntesis, pero no cultural sino de los prejuicios que a veces se instalan contra la presencia de extranjeros en el país. No habló de terroristas, a quienes nadie dudaría en cuestionar, sino de personas que llegan al país en busca de una oportunidad que quizás no tienen en el suyo. Su caso es un ejemplo del mito que se instala sin comprobación en la realidad. O es peor: Pichetto es un senador de la Nación, jefe de uno de los bloques de la Cámara Alta y se supone que referente de mucha gente que dará por cierta la veracidad de lo que dice, sin comprobación alguna.

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