La Fiesta de la Virgen de Urkupiña y los lazos de Rafaela con Bolivia

Por Mauro Gentinetti, Diario la Opinión, Rafaela, Argentina.- La comunidad boliviana de la ciudad rindió homenaje a la Virgen y honró a sus raíces. Misa, procesión y acto por la independencia boliviana, en medio de trajes, bailes y comidas típicas. En Rafaela, hay unos 400 ciudadanos bolivianos habilitados para votar y en su mayoría provienen de Cochabamba. En general se dedican a la construcción y llegan de la mano de una empresa constructora local, que les da trabajo en blanco y viviendas.

La procesión parece bien conocida. Cuatro hombres cargan a hombro la imagen de una Virgen. Por detrás de ellos, dos sacerdotes entonan rezos y cánticos. Y una columna de fieles se traslada a paso lento, por las calles de la ciudad. Pero no es una celebración cualquiera.
La escena transcurre en la mañana del sábado 20 de agosto por el ripio del sector norte de la ciudad, en barrio Monseñor Zazpe, a pocos metros de la Capilla Nuestra Señora de Itatí, y con un viento que no tiene piedad. La comunidad boliviana de Rafaela rinde homenaje a la Virgen de Urkupiña. Lo hace repitiendo ritos conocidos por estos lados, pero con un colorido y un fervor especial.
Como pasistas de carnaval, mujeres, hombres y niños lucen ropas de colores amarillo, rojo, verde. Las niñas, vestidos cortos y sombreros pequeños. Los niños, máscaras con cuernos y rasgos de diablos. Un muchacho carga un estandarte con el nombre “Tinku”. Lo debe sostener con fuerza mientras el polvo no deja de volar. “¿Qué significa Tinku?”. La pregunta se lanza a una niña que camina junto a su madre, y que se sonríe antes de responder. “Es un baile”, responde con timidez.
Se escuchan ruidos de bombas. Se suma una pequeña banda con bombo, redoblante, platillos y trompetas. Los peregrinos recorren un par de cuadras, pasan frente a las casas de los vecinos que observan el ritual. Llegan a un predio donde se ven carpas y un escenario. En el tejido que lo rodea hay globos y papeles. Es un espacio amplio que antecede a un conjunto de viviendas que se levantan en el fondo. Allí vive buena parte de las familias bolivianas de Rafaela.
La procesión se dirige a una humilde gruta de telas y lonas, instalada al pie de un palo borracho. Allí depositan la imagen de la Virgen y la rodean de flores. La Virgen lleva en sus brazos al niño. Y su pelo es color negro.
Cuenta la historia que se apareció en el cerro Cota, en Quillacollo, departamento de Cochabamba. Lo hizo ante una niña humilde y su nombre deriva de la expresión quechua “orko piña”, que significa “ya está en el cerro”. La historia dice que eso fue lo que gritó la niña cuando llevó a sus padres a que conozcan a la mujer y al niño con los que se había demorado jugando. Una anécdota que se terminó convirtiendo en una de las devociones más importantes de la cultura boliviana.
No es casual que la Virgen de Urkupiña esté en Rafaela. La mayoría de los bolivianos que vive aquí proviene de esa región. En las últimas elecciones bolivianas, hubo más de 400 personas habilitadas para votar que residían en Rafaela. Los niños asisten a distintas escuelas de la ciudad y los hombres, prácticamente en su totalidad, vinieron a trabajar en la construcción. Vienen a laburar, ahorrar y, en lo posible, enviar algo de ese dinero a Bolivia.
El consulado armó un puesto en el lugar. Allí ofrece todos los servicios vinculados a la documentación de los residentes. A un costado, en el resto de las carpas, se ofrecen platos típicos bolivianos. Un letrero anuncia nombres de comidas extrañas para el menú rafaelino, como “Charque” o “Salchipapas”. Un muchacho de Santa Cruz de la Sierra, que se desempeña en Comercio Exterior, charla con una médica boliviana y ambos le recomiendan a una rafaelina que no deje de probar el “Pique a lo macho”: un plato de Cochabamba muy popular, que mezcla trozos de carne, salchichas, huevo, pimientos y papas fritas.
Luego las autoridades se suben al escenario. Hay representantes del Consulado, del Municipio y de la Central de Trabajadores Argentinos. El viento maltrata las banderas de Bolivia, Argentina y la Wiphala. Además de la fiesta de la Virgen se celebra la Independencia de Bolivia. Por eso en el acto se canta el himno. El de Bolivia. Y el de Argentina también. Los niños, se saben ambos.
El presidente de la comunidad boliviana en Rafaela pronuncia con acento de altiplano un discurso muy breve. Y grita: “¡Viva Bolivia!”, “¡Viva Argentina!”. El que le sigue es uno de los empresarios de Menara Construcciones, la firma que cedió los terrenos para las casas de la comunidad. Son dos complejos, uno “para los casados” y otro para los solteros. En el de “los casados” es donde se realiza el acto. Desde ese lugar, el empresario les agradece por el don de “buena gente” y destaca el empeño que ponen en sus tareas. “Tienen el mismo espíritu emprendedor que tuvo mi padre”, dice.
Después habla Juan Soffietti, de la CTA, una agrupación que trabaja por la inclusión de la comunidad, abriendo sus talleres y, próximamente, cediendo un espacio de radio. Le sigue el Jefe de Gabinete, Eduardo López, quien también se reconoce como un “migrante” que hace 20 años llegó a la ciudad. Y sentencia: Rafaela es una ciudad construida por pueblos. En el cierre, el cónsul saluda en quechua y hace hincapié en la misma idea. «Bolivia es un Estado Plurinacional -destaca- con 36 pueblos y 36 idiomas». Una curiosa coincidencia de miradas entre lugares, en apariencia, bastante alejados.
El acto termina con el Himno al Mar Boliviano, una canción de protesta que reclama a Chile la apropiación de la salida al mar. Anuncian que después vendrán los caporales y la diablada. La gente se acerca a los espacios de comida. La Virgen de Urkupiña, cuya devoción mezcla tradiciones católicas con las creencias populares, observa todo desde el centro. Y el barrio Monseñor Zazpe se convierte, en el sector más alto de la ciudad.

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